Estación de Málaga

La Estación de ferrocarriles de Málaga fue construida por la oligarquía económica malagueña en un intento por traer carbón del Valle de los Pedroches (Córdoba) con el que alimentar los altos hornos locales. Fue la Sociedad del Ferrocarril de Málaga a Córdoba la que decidió su explotación y construcción. La Sociedad estaba encabezada por Jorge Loring Oyarzábal, Martín Larios, Marqués de Larios, y Tomás Heredia Livermore, hijo del industrial Manuel Agustín Heredia. La inauguración tuvo lugar en septiembre de 1862 con la asistencia de la reina Isabel II. De ese periodo se conservan los pabellones ubicados junto a la fachada principal, que están protegidos como edificios históricos y catalogados como Bienes de Interés Cultural (BIC).

La histórica marquesina que presidía la fachada de la estación fue levantada en 1863 por el ingeniero Antonio Arriate. Su retirada en octubre de 2003 generó una larga polémica ante la oposición de diversas entidades culturales, políticas y sociales. La Junta de Andalucía la inscribió en el Catálogo del Patrimonio Histórico Andaluz en 2005, sibien para aquella fecha ya había sido retirada. Coincidiendo con la celebración del 150 aniversario de la llegada del ferrocarril a Málaga en 2015, la comisión de Urbanismo del Ayuntamiento de Málaga ha aprobado su restauración y recuperación para ubicarla en un lugar cercano a donde se encontraba.

La estación actual en su conjunto, es fruto de las obras llevadas a cabo entre 2005 y 2007 para llevar una línea de alta velocidad hasta la capital de la Costa del Sol, obras que culminaron con la apertura del tramo Antequera-Málaga de la L.A.V. Córdoba-Málaga el 23 de diciembre de 2007. Está construida sobre el emplazamiento de la antigua estación histórica de Málaga.

Desde 2007 hasta marzo de 2011 se denominó solamente María Zambrano, renombrándose entonces a su nombre actual añadiendo el de la ciudad. La cartelería fue cambiada en mayo de 2011.

Fuentes: Wikipedia

Agradecimientos: Rubén Carreño

Inundaciones de 1989

A la una de la tarde el cielo se volvió tan negro que parecía de noche y empezó a llover como jamás había llovido. Y tras la lluvia, llegó el granizo. El Guadalhorce y varios arroyos se desbordaron y una riada de agua, barro y cañas se apoderó de los polígonos y las zonas más pobladas. Así recuerdan la mayoría de los malagueños el que quizá sea uno de los capítulos más impactantes y dramáticos de la reciente historia de Málaga. Fallecieron ocho personas en las sucesivas inundaciones hasta el 8 de diciembre.

Fuente:
Diario Sur
Pepe Molina (Canal Youtube)

La película más antigua de la ciudad de Málaga

Caballos y carruajes transitan por el Paseo del Parque. Por las aceras, hombres, mujeres y niños, con sus mejores galas. Son los primeros fotogramas de «Un día por Málaga» y la primera vez que la ciudad aparece en la gran pantalla.

Rodada en 1914 por el director catalán José Gaspar capta la salida de obreros, casi niños de una fábrica textil, un sector pujante en aquellos tiempos.

La cámara, como en la actualidad, sigue atrayendo miradas curiosas, allí donde se coloque. El origen de la cinta obecede a toda una estrategia comercial ideada por el propietario del Cine Pascualino, José Pascual.

La recuperación de estas imágenes ha sido costosa y laboriosa. Llegó de manera anónima a la Filmoteca de Andalucía y ahora se integra en el patrimonio audiovisual andaluz.

La Filmoteca de Andalucía, con sede en Códoba, guarda más de 2 mil copias de títulos cinematográficos en diversos soportes. Su trabajo se orienta a a la restauración, clasificación y conservación de material audiovisual.

Fuente:

Canal Sur (http://www.canalsur.es/noticia/219592.html)

El campamento Benítez

¿Quíen fue el comandante Benítez?

Por casualidad leyendo el ‘Informe Picasso’ encontré a este malagueño olvidado por la Historia y al que no se le ha hecho la justicia que merece. La defensa numantina de la posición de Igueriben, cercana al campamento de Annual, le convierte en un héroe en cualquier país, salvo en el nuestro que desprecia cuanto ignora como dijo Machado. España olvida a sus hijos con enorme velocidad, eso debió entenderlo bien Julio Benítez cuando se supo abandonado a su destino. Con la ayuda de un espejo transmitió el último correo a la base del general Silvestre: «Parece mentira que dejéis morir a vuestros hermanos, los de Igueriben mueren, no se rinden. Me quedan doce balas de cañón, contadlas, y al sonar la última disparad sobre nosotros porque estaremos mezclados en lucha con los moros». Se refería a las harcas de Abd-El Krim.

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Julio Benítez nació en El Burgo (Málaga), el 17 de agosto de 1878, perteneció a una generación de españoles que vivieron una época amarga, aquellos que estuvieron en la Guerra de Cuba, en las campañas de 1910 y 1911 en África, mas tarde en Annual; los que sobrevivieron aún tuvieron tiempo de luchar en la Guerra Civil. Benítez cayó en las alambradas de la posición de Igueriben el 21 de julio de 1921, le faltaba apenas un mes para haber cumplido 43 años. Su hoja de servicios dice que permaneció en el Ejército 27 años, 9 meses y 21 días. Por su brava defensa de la posición le fue concedida la máxima distinción militar española: la Cruz Militar de la Orden de San Fernando, conocida por la Laureada. En el texto se puede leer: «por sus méritos en la defensa de la posición de Igueriben siendo un alto ejemplo de virtudes militares».

Para entender bien al personaje y a los hechos que acontecieron realicé varios viajes a Melilla. Quería saber dónde estaba la posición y cuáles fueron los motivos que llevaron a un joven comandante del Regimiento de Infantería ‘Ceriñola 42’ a no rendirse pese a la orden que había recibido desde el puesto de mando de Silvestre, incapaz de rescatarles. Desde Melilla crucé a Annual en cuyos campos aún se encuentran balas, metralla y espuelas de jinete noventa años después. Lo primero que aprecié es la corta distancia que separaba el campamento base de la loma de Igueriben, apenas cinco kilómetros, y pude entender cómo su caída fue la mecha que prendió el desánimo y provocó la huida por el estrecho barranco de Izúmar donde los soldados en desbandada fueron tiroteados como conejos desde las cimas. Subí a Igueriben por una de sus caras más escarpadas, hay que hacerlo con cuidado de no perder pie, ya arriba te sitúas en una pequeña explanada en la que se puede apreciar los restos de las tiendas que albergaron a 354 militares. Lo primero que piensas es a quién se le ocurrió instalar un puesto en un lugar sin árboles, sin sombra, y alejado de la aguada que tenía que hacerse ayudado con unos mulos y en peligrosa excursión por aquellos barrancos.

En ese lugar inhóspito, de suelo calizo en el que no crece la hierba Julio Benítez Benítez defendió la bandera del Ceriñola desde el 17 al 21 de julio de 1921, según los meteorólogos fue el mes más caluroso del siglo XX. Cuando se les acabó el agua pasaron a beber sus orines mezclados en latas con tinta y el jugo de las escasas latas de conserva que les quedaban. Algunos para paliar la sed acudieron a meterse guijarros en la boca para salivar. Por supuesto tuvieron que acostumbrarse al hedor de los cadáveres insepultos de soldados, caballos y mulos dentro de la posición. Allí arriba toma dimensión la tragedia en todo su esplendor.

El rey Alfonso XIII y el entonces presidente del Gobierno, Miguel Primo de Rivera, inauguraron en Málaga el monumento a Benítez y a los héroes de Igueriben el 11 de febrero de 1926. En El Burgo una placa en la que fue su casa recuerda aquel último y agónico mensaje que dirigió a Silvestre. Valga todo esto para que Málaga no olvide a uno de sus hijos más notables.

Fuente: Diario SUR (http://www.diariosur.es/v/20130922/malaga/quien-comandante-benitez-20130922.html)

El Orellana echa el cierre

Cualquier malagueño que se precie ha pasado alguna vez por su barra. En 75 años de historia, ha marcado a varias generaciones de clientes. Fue uno de los primeros bares de la provincia que ponían una tapa con la bebida. Algunas de sus delicias como las ‘ligeritas’ -pequeños bocadillos de lomo y similares-, el arroz ‘Fu Manchú’ -paella especiada con ingredientes secretos- o sus ‘bartolitos’ -rosada empanada- se han convertido ya en platos con nombre propio en la cultura gastronómica de la ciudad. El mítico bar Orellana, que arrancó en plena Guerra Civil y que había sobrevivido a varias crisis económicas y al cambio del euro, ha sucumbido ahora por la caída de clientes y los impagos.

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La persiana del Orellana, situado en la calle Moreno Monroy, está echada desde el pasado martes. Sus actuales propietarios, Manuel y Rafael Orellana Mateo -nietos del fundador, Manuel Orellana García, e hijos de Manuel Orellana Aparicio, el anterior dueño junto con su hermano Juan- recibieron ese mismo día la carta del juzgado en la que se notificaba el desahucio. El lanzamiento se produjo el miércoles. Seis personas, entre ellos, los dos propietarios, se han quedado sin empleo. «Llevábamos cinco años con pérdidas porque ya no venían tantos clientes; los alimentos, el gas, la luz y el agua cada vez estaban más caros y no podíamos subir los precios porque entonces perderíamos más público», se lamenta Manuel. «Puede que no nos hayamos sabido adaptar a los nuevos tiempos», opina Rafael.
Los dueños del establecimiento, una sociedad familiar con varios locales arrendados en el Centro, les habían demandado por el impago del alquiler. Según los hermanos Orellana, llevaban tres meses de retraso. Los dueños del local, por su parte, aseguran que no les pagaban desde octubre de 2012, la deuda ascendía ya a 18.900 euros y tenían una sentencia en firme desde que se celebró el juicio en mayo. «Han aprovechado el menor retraso para echarnos porque tenemos un alquiler bajo -unos 1.600 euros mensuales- para el precio de mercado en esta zona», indica Rafael.
Un lugar auténtico
Con el cierre del Orellana se pone punto y final al mítico póker de bares clásicos de Málaga: El Boquerón de Plata, La Buena Sombra, El Pombo y Casa Matías. Su encanto era especial. Además de su variedad de tapas, su éxito radicaba su sapiencia en el ‘tiro’ de la cerveza, en la incomodidad de comer en una barra atestada de gente en la que, según explican algunos de sus habituales, si te descuidabas, «el de atrás ponía su plato en tu hombro y tú hacías lo mismo con el de delante». En el bar deslumbraba el escudo de oro reluciente del Real Madrid que Paco, camarero de los de siempre, lucía cual legionario camisa abierta y pecho descubierto. Las cañas de cerveza surcaban la barra cuando había poca gente, deslizándose como si fuese una pista de hielo hasta llegar a su destino.
Por aquel estrecho bar han pasado incluso muchos famosos. «En la época de mi padre, artistas de la talla de Lola Flores, Manolo Caracol, Juanita Reina o Roberto Font se pasaban después de actuar en el Teatro Cervantes; por aquí han pasado políticos, cantantes como Pau Donés, de Jarabe de Palo, humoristas como Manuel Sarria…», recuerda Rafael.
Pero sobre todo, han acudido miles de malagueños anónimos que se tomaban una tapa después de su jornada laboral y que eran recibidos por un servicio que conocía a su clientela como la palma de su mano. Los clientes, por su parte, conocían a quienes les atendían en El Orellana como si fuesen de su propia familia. Ahora, Manuel y Rafael intentarán remontar el negocio en otro lugar. Pero con la desaparición del Orellana originario no sólo cierra un bar, sino un estilo de vida. Un trozo de Málaga que va dando paso a las franquicias y a la comida rápida, que ni es el ‘Fu Manchú’, ni el ‘Bartolo’, ni la ‘Ligerita’. ni mucho menos.

Fuente: Diario SUR (http://www.diariosur.es/v/20130914/malaga/orellana-echa-cierre-20130914.html)

Heladería Casa Mira

Unos burros cargados de turrón partieron a finales del siglo XIX de Jijona (Alicante) camino de Málaga. La expedición la conducía Severino Mira. Fue el primer paso de un negocio que con el discurrir del tiempo se convertiría en un referente para los malagueños. Tal fue el éxito de ese viaje que Severino Mira no dudó en volver a Málaga para abrir un pequeño comercio en la calle Nueva. Así nació Casa Mira. El establecimiento fue prosperando poco a poco con el trabajo de Severino y de sus hijos: Liborio, Teresa, Alejandro y Prudente. Esta familia mantuvo la tradición de centenares de jijonencos que habían hecho de la elaboración y venta de helados su forma de ganarse el sustento.

En esos primeros años, para la conservación de los productos, se usaba nieve que se traía de la Serranía de Ronda. Entonces no había otra forma para la fabricación de los helados. Posteriormente, cuando la empresa contó ya con electricidad y hubo un avance de la tecnología, se dejaron de lado las fresqueras y las barras de hielo para utilizar compresores. Ese salto adelante favoreció el incremento de la producción y una mejor preservación de los helados.
En la publicidad de la época, el negocio se anunciaba como Horchatería Valenciana y se decía que Casa Mira era el establecimiento preferido por las familias malagueñas. Las especialidades que aparecían en su carta eran el turrón de Jijona, el mantecado, la chufa granizada y líquida y el bombón helado ‘Skimaix París’. El número de teléfono del local era el 163.
El estallido de la guerra civil obligó a la familia Mira a marcharse de Málaga. Se trasladaron a su Jijona natal, donde permanecieron hasta que acabó la contienda. Durante los meses que la guerra se desarrolló en Málaga, el despacho de helados de la calle Nueva tuvo un uso bien distinto: se convirtió en sede de la CNT.
Tras la guerra volvió a abrirse Casa Mira. Eran años difíciles por la escasez de productos y materias primas para la preparación de turrón y helados. Para paliar en parte esa carencia se compraba leche en polvo americana de contrabando y se recurría al azúcar de estraperlo y a cartillas de racionamiento que estaban trucadas.
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Casa Mira Málaga
Apertura de otro local
Casa Mira se afianzó con la apertura de un segundo local: el de la calle Larios. Corría el año 1943. El establecimiento se situó junto a la papelería Imperio, casi frente al hoy hotel Larios. Años después, el negocio se trasladó a su actual emplazamiento de la calle Larios. La empresa se amplió con la tercera generación de esta saga de heladeros. De ello se encargaron los nietos del fundador: Liborio, María y Prudente. Así, se abrieron tres sucursales. Una en la plaza de Pío XII (Carranque) en 1968, otra en Compás de la Victoria en 1975 y la tercera en el Paseo de Sancha en 1989 (ya cerrada).
Los empleados de Casa Mira, hasta los años sesenta del pasado siglo, venían a trabajar a Málaga desde Jijona. Se alojaban en el edificio de la heladería. La comida la preparaba una cocinera propia con productos típicamente alicantinos. Los trabajadores cobraban su sueldo a diario. Se les daba, asimismo, tabaco y vino de la antigua taberna de la calle Cinco Bolas.
Por Casa Mira han pasado infinidad de personas famosas. Entre ellas, Eva Perón, a la que le gustaban especialmente los productos preparados en esta heladería, que se nutre de turrones de Jijona.
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Fuente: Diario SUR